jueves, 18 de agosto de 2016

Ensayo

“Vacías de comida, llenas de orgullo”.
Breve ensayo sobre anorexia y bulimia en la adolescencia.

Por Ps. Dabín Agueda, matrícula 7524


Abzurdah[1], se presenta como la perturbadora historia de una adolescente, allí Cielo Latini cuenta su historia, como dirá es una versión más o menos estructurada y ajustada a la realidad, de los temas álgidos que con el tiempo envenenan a los adolescentes y no tanto. Cree saber más acerca de anorexia y suicidio que los médicos y psicólogos que intentaron ayudarla, es que considera que la experiencia vivida  no es transmisible…aun así intentará ponerla en palabras:

“Descubrí el botón que tenia que tocar para sentirme bien…
Todo lo que comía duraba menos de una hs en mi cuerpo…deje de comer y no quería decir que comía poco…simplemente dejé de comer.
Más de la mitad de las mujeres entre los 18 y los 25 prefieren ser pisadas por un camión antes que ser gordas.
Todo lo que leí era negativo, malo, pero yo había dejado de comer y me sentía bien…eso no lo decía ningún libro.
Había otras como yo, no teníamos que estar solas, teníamos que apoyarnos y por eso cree mi blog “Me como a mi” y mi alter ego Lágrima…pregonaba que la anorexia no era un desorden alimentario sino un estilo de vida…diferénciate de todo el mundo, comer lo puede hacer cualquiera desde un médico hasta un albañil, vos sos alguien diferente  a esas personas, vos podes vivir de vos misma, de tu propia pureza, que nadie corrompa el estado divino en el que estás”.

 De un modo general, se puede decir que la adolescencia es una construcción. Puede pensarse como una posición subjetiva marcada por múltiples variables y a diferencia de la pubertad, está ligada a la época.
Lo real de la pubertad es la aparición de los caracteres sexuales secundarios, es decir, la modificación de la imagen del cuerpo. Entonces, es en estos dos planos, el del cuerpo como objeto pulsional y el cuerpo como imagen, que la pubertad viene a trastocar, a conmover al sujeto.
Los cambios corporales, la exigencia de asumir una posición sexuada, la admisión de la propia muerte son las manifestaciones de lo real que irrumpe y que los adolescentes tratarán de simbolizar o de representar. Cada uno, de modo singular, se las verá ante el encuentro con ese imposible de simbolizar pues, al decir de Lacan, no hay una formula general para “zafar bien del asunto”[2]
El cuerpo humano ha sido percibido, interpretado y representado de diversos modos en distintas épocas.
Hacia el final de la era victoriana, quizás por primera vez en el mundo occidental, las clases medias comienzan a rechazar el alimento en aras de un ideal estético: ya no se aspira a la perfección del alma, sino que se pretende que el cuerpo se ajuste a una imagen modelo que prescribe determinado peso o forma física como ideal. En consecuencia se desarrollan numerosas técnicas destinadas a lograr una transformación puramente física, como las dietas, gimnasias, medicamentos e intervenciones quirúrgicas.
La preocupación por la gordura y la dieta no solo responde a la norma sino que funciona, como ha observado Susan Bordo utilizando conceptos de Foucault, como una poderosa estrategia de normalización, que busca la producción de cuerpos dóciles, capaces de autocontrol y autodisciplina, dispuestos  a transformarse y mejorarse al servicio de las normas sociales y, fundamentalmente, de las relaciones de dominio y subordinación imperante.    
Silvia Tubert[3] plantea que desde el punto de vista psicoanalítico debemos señalar que la clasificación de anorexia y bulimia como Trastornos del Comportamiento alimentario, tal como se presenta en el DSM IV conduce a un error, dado que presupone que el TCA es una entidad nosológica en sí misma, en tanto que la clínica y la investigación psicoanalítica ponen  de manifiesto que se trata de un síntoma o conjunto de síntomas que se pueden desarrollar en distintas estructuras.
En el Manuscrito G la anorexia pasa a ser una línea paralela a la melancolía y la pérdida de apetito hace ecuación con pérdida de libido. No es lo mismo un fenómeno anoréxico como efecto de un ritual obsesivo, como expresión de un deseo insatisfecho (histeria) o una anorexia que esté indicando la certeza de ser envenenado. La importancia de un diagnóstico en cuanto a la estructura es fundamental[4].
El devenir niña - mujer implica un largo y trabajoso duelo. La anorexia, plantea Cibeira[5] se presenta como expresión de las dificultades en la asunción de la genitalidad y de lo femenino. Es en el momento de los cambios puberales que el cuerpo denuncia formas de mujer y se constituye en una de las exigencias de trabajo psíquico la asunción de la genitalidad. Este quiebre narcisista, que remite al narcisismo primario pero lleva la marca del Edipo, desarticula la libidinización de ese cuerpo, desconstituyendo representaciones y apareciendo la imposibilidad de simbolización del nuevo cuerpo puberal, intentando, vía manejo de la alimentación, la apropiación de un cuerpo ya cargado de significaciones sociales ligadas a un ideal estético.
El conflicto aparece fundamentalmente expresado a nivel del cuerpo y de la imagen del mismo con escenas con un componente altamente autoerótico centrado en la  circulación a través del tracto digestivo del alimento, en un control constante de lo tragado y lo expulsado. Esta complejidad se presenta, justamente, en un momento de la vida de un sujeto que implica la búsqueda para sí de un lugar simbólico y singular. Entonces, este cuerpo de la adolescencia vehiculiza interrogantes acerca de qué quiere el Otro y respecto de qué es ser mujer.

“Finalmente empezaron los efectos colaterales, no comer me daba sueño, pésimo humor, mucho frío y lentitud mental…pero los efectos negativos al final pesaban menos

Nunca se es demasiado flaca
No comer es un derecho y lo ejerzo
Sabía como nadie lo que es estar vacía de comida y llena de orgullo. Que los huesos definan la belleza. Teníamos un objetivo: la perfección”.

Retomando a Silvia Tubert, es importante señalar  el carácter iatrogénico de los tratamientos que se centran en la mera eliminación del síntoma y tienen como objetivo fundamental lograr que la paciente "gane peso". Estos tratamientos que reproducen el modelo de relación familiar que condujo precisamente a la producción del síntoma y, lo que es más grave aún, intervienen en lo real del cuerpo mediante actos que insisten en ignorar al sujeto y lo reducen -una vez más- a la posición de objeto. Muchas veces estos actos están destinados a aliviar la angustia que despierta la figura de la anoréxica en tanto pone en escena la presencia de la muerte. Pero lo que  ésta intenta, excepto en un número muy reducido de casos, no es morir sino estar a punto de morir, sobrevivir negando toda necesidad vital, llevando una vida en los límites de lo posible.

“Durante una cena familiar, Cielo dice: me duele…qué? Le pregunta su mamá…comer me duele”.

“Ser "anoréxica" o "bulímica" constituye una respuesta a la pregunta por la propia identidad -problema existencial, especialmente angustiante en la adolescencia-, lo que explica la tenacidad con que las pacientes parecen aferrarse a estas etiquetas diagnósticas. Pero se trata de una pseudo-respuesta que aliena al sujeto; de ahí la necesidad de ir más allá del síntoma tanto en el proceso diagnóstico como en el terapéutico: las etiquetas sólo sirven para confirmar la falsa identidad”[6].



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[1] Latini, C. “Abzurdah”. Ed. Planeta, Buenos Aires, 2015.
[2] Belçaguy, M.; Gomez, J; Menis, A. “La metamorfosis de La pubertad y el despertar de la primavera”. 
[3] Tubert, Silvia “Anorexia, una perspectiva psicoanalítica”.  
[4] Firpo, Stella Maris “Diversas adolescencias”.
[5] Cibeira, Alicia “Consideraciones sobre la anorexia desde el psicoanálisis”.
[6] Tubert, Silvia “Anorexia, una perspectiva psicoanalítica”.

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