“Vacías de comida, llenas de orgullo”.
Breve ensayo sobre
anorexia y bulimia en la adolescencia.
Por Ps. Dabín Agueda,
matrícula 7524
Abzurdah[1], se
presenta como la perturbadora historia de una adolescente, allí Cielo Latini cuenta
su historia, como dirá es una versión más o menos estructurada y ajustada a la
realidad, de los temas álgidos que con el tiempo envenenan a los adolescentes y
no tanto. Cree saber más acerca de anorexia y suicidio que los médicos y
psicólogos que intentaron ayudarla, es que considera que la experiencia vivida no es transmisible…aun así intentará ponerla
en palabras:
“Descubrí el botón que tenia
que tocar para sentirme bien…
Todo lo que comía duraba
menos de una hs en mi cuerpo…deje de comer y no quería decir que comía
poco…simplemente dejé de comer.
Más de la mitad de las
mujeres entre los 18 y los 25 prefieren ser pisadas por un camión antes que ser
gordas.
Todo lo que leí era negativo,
malo, pero yo había dejado de comer y me sentía bien…eso no lo decía ningún
libro.
Había otras como yo, no
teníamos que estar solas, teníamos que apoyarnos y por eso cree mi blog “Me
como a mi” y mi alter ego Lágrima…pregonaba que la anorexia no era un desorden alimentario sino un estilo de vida…diferénciate
de todo el mundo, comer lo puede hacer cualquiera desde un médico hasta un
albañil, vos sos alguien diferente a
esas personas, vos podes vivir de vos misma, de tu propia pureza, que nadie
corrompa el estado divino en el que estás”.
De un modo general, se puede decir que la
adolescencia es una construcción. Puede pensarse como una posición subjetiva
marcada por múltiples variables y a diferencia de la pubertad, está ligada a la
época.
Lo real de la pubertad es la
aparición de los caracteres sexuales secundarios, es decir, la modificación de
la imagen del cuerpo. Entonces, es en estos dos planos, el del cuerpo como
objeto pulsional y el cuerpo como imagen, que la pubertad viene a trastocar, a
conmover al sujeto.
Los cambios corporales, la
exigencia de asumir una posición sexuada, la admisión de la propia muerte son
las manifestaciones de lo real que irrumpe y que los adolescentes tratarán de
simbolizar o de representar. Cada uno, de modo singular, se las verá ante el
encuentro con ese imposible de simbolizar pues, al decir de Lacan, no hay una
formula general para “zafar bien del asunto”[2].
El cuerpo humano ha sido percibido,
interpretado y representado de diversos modos en distintas épocas.
Hacia el final de la era
victoriana, quizás por primera vez en el mundo occidental, las clases medias
comienzan a rechazar el alimento en aras de un ideal estético: ya no se aspira
a la perfección del alma, sino que se pretende que el cuerpo se ajuste a una
imagen modelo que prescribe determinado peso o forma física como ideal. En
consecuencia se desarrollan numerosas técnicas destinadas a lograr una
transformación puramente física, como las dietas, gimnasias, medicamentos e
intervenciones quirúrgicas.
La preocupación por la gordura y la
dieta no solo responde a la norma sino que funciona, como ha observado Susan
Bordo utilizando conceptos de Foucault, como una poderosa estrategia de
normalización, que busca la producción de cuerpos dóciles, capaces de
autocontrol y autodisciplina, dispuestos
a transformarse y mejorarse al servicio de las normas sociales y,
fundamentalmente, de las relaciones de dominio y subordinación imperante.
Silvia Tubert[3]
plantea que desde el punto de vista psicoanalítico debemos señalar que la
clasificación de anorexia y bulimia como Trastornos del Comportamiento
alimentario, tal como se presenta en el DSM IV conduce a un error, dado que
presupone que el TCA es una entidad nosológica en sí misma, en tanto que la
clínica y la investigación psicoanalítica ponen
de manifiesto que se trata de un síntoma o conjunto de síntomas que se
pueden desarrollar en distintas estructuras.
En el Manuscrito G la anorexia pasa
a ser una línea paralela a la melancolía y la pérdida de apetito hace ecuación
con pérdida de libido. No es lo mismo un fenómeno anoréxico como efecto de un
ritual obsesivo, como expresión de un deseo insatisfecho (histeria) o una
anorexia que esté indicando la certeza de ser envenenado. La importancia de un
diagnóstico en cuanto a la estructura es fundamental[4].
El devenir niña - mujer implica un
largo y trabajoso duelo. La anorexia, plantea Cibeira[5] se
presenta como expresión de las dificultades en la asunción de la genitalidad y
de lo femenino. Es en el momento de los cambios puberales que el cuerpo
denuncia formas de mujer y se constituye en una de las exigencias de trabajo
psíquico la asunción de la genitalidad. Este quiebre narcisista, que remite al
narcisismo primario pero lleva la marca del Edipo, desarticula la
libidinización de ese cuerpo, desconstituyendo representaciones y apareciendo
la imposibilidad de simbolización del nuevo cuerpo puberal, intentando, vía
manejo de la alimentación, la apropiación de un cuerpo ya cargado de
significaciones sociales ligadas a un ideal estético.
El conflicto aparece
fundamentalmente expresado a nivel del cuerpo y de la imagen del mismo con
escenas con un componente altamente autoerótico centrado en la circulación a través del tracto digestivo del
alimento, en un control constante de lo tragado y lo expulsado. Esta
complejidad se presenta, justamente, en un momento de la vida de un sujeto que
implica la búsqueda para sí de un lugar simbólico y singular. Entonces, este
cuerpo de la adolescencia vehiculiza interrogantes acerca de qué quiere el Otro
y respecto de qué es ser mujer.
“Finalmente empezaron los
efectos colaterales, no comer me daba sueño, pésimo humor, mucho frío y
lentitud mental…pero los efectos negativos al final pesaban menos
Nunca se es demasiado flaca
No comer es un derecho y lo
ejerzo
Sabía como nadie lo que es
estar vacía de comida y llena de orgullo. Que los huesos definan la belleza.
Teníamos un objetivo: la perfección”.
Retomando a Silvia Tubert, es
importante señalar el carácter
iatrogénico de los tratamientos que se centran en la mera eliminación del
síntoma y tienen como objetivo fundamental lograr que la paciente "gane
peso". Estos tratamientos que reproducen el modelo de relación familiar
que condujo precisamente a la producción del síntoma y, lo que es más grave
aún, intervienen en lo real del cuerpo mediante actos que insisten en ignorar
al sujeto y lo reducen -una vez más- a la posición de objeto. Muchas veces
estos actos están destinados a aliviar la angustia que despierta la figura de
la anoréxica en tanto pone en escena la presencia de la muerte. Pero lo que ésta intenta, excepto en un número muy
reducido de casos, no es morir sino estar a punto de morir, sobrevivir
negando toda necesidad vital, llevando una vida en los límites de lo posible.
“Durante una cena familiar, Cielo dice: me duele…qué? Le
pregunta su mamá…comer me duele”.
“Ser
"anoréxica" o "bulímica" constituye una respuesta a la
pregunta por la propia identidad -problema existencial, especialmente
angustiante en la adolescencia-, lo que explica la tenacidad con que las
pacientes parecen aferrarse a estas etiquetas diagnósticas. Pero se trata de
una pseudo-respuesta que aliena al sujeto; de ahí la necesidad de ir más allá
del síntoma tanto en el proceso diagnóstico como en el terapéutico: las
etiquetas sólo sirven para confirmar la falsa identidad”[6].
- hacer CLIC para ver Video -
[1] Latini, C. “Abzurdah”. Ed.
Planeta, Buenos Aires, 2015.
[2] Belçaguy, M.; Gomez, J;
Menis, A. “La metamorfosis de La pubertad y el despertar de la primavera”.
[3] Tubert, Silvia “Anorexia,
una perspectiva psicoanalítica”.
[4] Firpo, Stella Maris
“Diversas adolescencias”.
[5] Cibeira, Alicia
“Consideraciones sobre la anorexia desde el psicoanálisis”.
[6] Tubert, Silvia “Anorexia,
una perspectiva psicoanalítica”.
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